martes, 13 de marzo de 2018

Taita


Quién sino él
me regalaría un sombrero,
del cual podía extraer un conejo
un sol, una canción.

Quién sino él
me salvaría con loina,
cuando era un niño perdido
que coleccionaba abismos.

Quién sino él
me presentaría otros cielos,
con tan solo la esencia
de una hoja de selva.

Quién sino él
me llevaría por la tierra,
hasta llegar a la poesía.
Impulsándome a vivir,
dándome motivos para escribir.

Quién sino él
me enseñaría un día a desaparecer,
cubriéndome con un sayo,
amparándome de la tormenta,
conjurando un rayo.

A quién sino a él
le debo el volver
siempre al verso,
a la magia, al juego.
A quién sino a él,
le dedico este recuerdo.

viernes, 9 de marzo de 2018

Carta a una lechuza



Nace la luna como una fruta blanca del centro de los árboles
y la lluvia camina despacio, con pasos de gato,
por las faldas del galeras, en dirección a Pasto.

Yo veo a la luna crecer y morir cada noche en mi ventana.
Y usted no está, señora lechuza, para que en sigiloso vuelo
cace las penas que corren libres por mi pieza.

Mis sueños no se acostumbran al silencio,
y por eso la buscan en el ulular del viento.

En esta época de mal tiempo, me preocupa su salud y su vuelo.
Y más cuando sé que no lleva la bufanda que tejió en Sibundoy
nuestra amiga Auka, la hechicera de la montaña.

Temo también que pueda un relámpago arrebatarle la luz a sus ojos,
y que el brillo de su mirada no vulva a iluminar mi cara.

Que una ráfaga de río azul descomponga su brújula,
y haga que su vida vaya en dirección contraria a mi alma.

Por eso, apago las luces y abro las ventanas,
quemo la última alternativa que tengo para ver de nuevo sus alas.
Y sin más percusión que los tambores de mi corazón,
inicio una danza maya alrededor del fuego,
para que mis latidos se esparzan por el cielo
y puedan sus oídos escuchar mis sentimientos.

La hechicera —que viajó al centro de la Tierra
me dijo que esta forma de comunicación nunca falla.
Y que puede usted —si de casualidad se encuentra cerca
pasar a verla.
Que le brindará descanso, durante el día, en sus propios brazos.
Y que al llegar la noche le ayudará a encontrar el viento perfecto
para aligerar sus vuelo.

Señora lechuza, tome ese viento,
vuelva pronto, en el Valle de Atriz,
junto al fuego, yo la espero.