sábado, 28 de mayo de 2016

En lengua propia

Cae la lluvia sobre la ciudad;
la noche acontece así, siempre igual:
Carros, luces que encandilan los ojos,
estudiantes que corren de un lado a otro.
El hombre que anda por los restaurantes,
realizando un monólogo de sus desdichas,
y al final extiende la mano
por un plato de comida para él y su familia.
El perro que duerme en el andén,
esperando que algún vecino se apiade de él.
Las noticias en el televisor de la tienda,
que la gente mira y por costumbre comenta:
“Aquí siempre es la misma mierda... nunca pasa nada”.

Después... las calles solitarias,
las sombrillas averiadas,
las colillas arrastradas por el agua.
Las luces que se apagan,
la silueta de un gato en la pared,
la llave que por suerte hoy no olvidé;
y la habitación en donde acaba,
cada noche mi jornada.

Pero hoy, para alegría mía,
no concluyó aquí mi día.
Pues al cerrar la puerta,
escuché cómo descendía tu voz por la cordillera.
Tu voz cálida, tu voz risueña,
que me decía en lengua propia:
“No te preocupes, venceremos la distancia,
falta poco para estar juntos en casa”.

Fueron suficientes tus palabras
para sentirte otra vez cercana,
para querer dar otra batalla,
para confirmar que eres la mujer que esperaba,
y para agradecerte por estar aquí,
y hacerme tan feliz, mi niña amada.


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